Y llegó el día.
Amaneció gris, permaneció gris y terminó lloviendo. Tras una semana intensa, rica en emociones, olores y risitas, llegó el día: El Juju se iba. Nunca antes en los seis años de historia de la casa, un invitado había despertado tantas pasiones, nunca antes un ser tan entrañable había morado la mansión. Por la casa habían pasado europeos de todos los países, americanos, asiáticos, africanos, roms; pero nunca un troglodita. Se habían visto gatos, perros, gallinas, peces; nunca un Jujutopus.
La casa lloró su partida. Realmente había sido una semana emocionante: desde su llegada, todas las noches se salió, todos los días se durmió. Todo le tomó aprecio rápidamente, nadie pudo resistir a su risita que expresaba acuerdo con todo lo que se decía.
Pero El Juju debía continuar su camino, hacer felices a otras gentes, alegrar otros parajes. Así que El Juju se fue. Tomó su ukelele, una bolsa llena de ropa sucia, una mochila de montaña y una maleta pesada sin ruedas, bajó los dos pisos de la casa, no miró atrás y se marchó.
Se marchó a vivir a 400 metros de la casa. 20 minutos después de haberse ido, ya estaba de vuelta con sus dos nuevas colocs y cenó otra vez con todos nosotros: la vie pouvait continuer.
